25/10/2025
Dicen que la Reina de Corazones nació un día en que la razón se rompió en mil pedacitos. No fue un acto de realeza, sino de cansancio. Había reinado demasiado tiempo sobre un mundo de apariencias, de tejidos impecables, de costuras sin alma. Su trono estaba hecho de promesas que ya no creía, y su corona pesaba más que su propia voz.
Una mañana, el hilo de su mente se tensó hasta quebrarse. Fue el instante en que todos la llamaron loca. Pero en esa grieta, en ese desborde, algo comenzó a cambiar. Descubrió que la locura no siempre es destrucción; a veces, es la única manera que tiene el alma de decir basta.
Empezó a escuchar los latidos de su propio corazón —no como una orden, sino como una guía. Dejó de mandar y empezó a remendar. Las palabras se hicieron hilos; los gestos, puntadas. Allí donde antes había control, brotó ternura. Donde había distancia, floreció presencia.
Aprendió que no se trata de coser por fuera, sino por dentro. Que el hilo verdadero atraviesa la piel, el tiempo, la memoria. Y que cada remiendo tiene su belleza si se hace con verdad.
La Reina de Corazones ya no busca un reino. Busca un ritmo. El ritmo del amor que se reconstruye, del alma que cose su historia, del fuego que no destruye, sino que transforma.
Y así comenzó su viaje: del hilo a la herida, de la locura al cambio. Porque a veces perder la cabeza es el único camino para encontrar el corazón.