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Yo Olga del Carmen Puche Muñoz, mujer empreendedora, maestra de cocina reconocida localmente en la ciudad de Puerto Montt, especialista en platos típicos como por ejemplo: Empanadas, Curanto, Ceviche, Pizza.

19/09/2025
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19/09/2025

Hay actores que conquistan por su fuerza. Otros, por su físico. Pero Robert Redford lo hizo por algo más sutil: una clase emocional que volvía cada escena un susurro sincero. En un Hollywood que solía gritar deseo, él murmuraba amor.

Redford dejó su sello en el cine romántico de una manera única. No requería cuerpos enredados ni melodías grandilocuentes. Le bastaba con una mirada, un silencio, un leve movimiento. En Memorias de África, junto a Meryl Streep, le lavaba el cabello mientras decía: “Reza bien quien bien ama, al hombre, a la bestia y al pájaro”. Aquello no fue solo cine, fue poesía hecha gesto. Con Jane Fonda tuvo magia en Descalzos en el parque y, décadas más tarde, la besó otra vez en Nuestra alma en la noche, como si el reloj se hubiera detenido. Con Mia Farrow en El gran Gatsby dio vida a la nostalgia de un amor inalcanzable. Y con Barbra Streisand en Tal como éramos, dejó claro que el amor también sabe doler.

Desde Butch Cassidy and the Sundance Kid hasta Todos los hombres del presidente, eligió papeles que hablaban de integridad, de lucha y de esencia humana. Como director, debutó con Gente corriente, un retrato del duelo familiar que le otorgó un Oscar. Fundó el Instituto Sundance para abrir caminos a voces ignoradas. No le interesaba destacar solo; deseaba alumbrar a los demás.

Tras su rostro impecable, había cicatrices. Perdió a su hijo Scott siendo apenas un niño, y en 2020, a James, su tercer hijo. Esas heridas lo marcaron profundamente, pero jamás lo vencieron.

Redford defendió la naturaleza cuando pocos lo hacían. Peleó contra la contaminación en Utah, se opuso a las injusticias raciales, y produjo documentales como Watershed con su hijo Jamie. Su cine fue también un campo de batalla político: El candidato, Pacto de silencio, Incidente en Oglala… historias que desafiaban el poder y defendían la verdad.

En sus últimos años eligió el retiro. Se refugió en su rancho de Utah, entre paisajes, pintura y quietud. Vivía junto a Sibylle Szaggars, artista y compañera de alma. Allí, rodeado de ríos y montañas, halló la serenidad que siempre buscó. No se sintió desplazado, ni olvidado. Sabía que su tiempo había pasado, pero su legado ya era inmortal.

Robert Redford se fue como vivió: con calma, con elegancia, con luz. Falleció mientras dormía, en casa, a los 89 años. El cine no lo llora, lo honra. Porque su manera de amar, de interpretar, de existir, sigue viva en cada historia que tocó.

La mejor forma de rendir homenaje a Robert Redford es volver a ver su obra, dejarse emocionar por ella y transmitirla a quienes vienen. Porque mientras haya alguien que se conmueva con sus películas, esta leyenda del cine seguirá viva.

Descansa en paz, Robert Redford.

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